lunes, 25 de diciembre de 2006

Gracias por el fuego

Por fin estaba hecho. Acabado, armado, terminado. Mucho esfuerzo y tiempo le había demandado hacerlo pero por fin estaba hecho. Es cierto que no era perfecto, pero era perfecto: alguna falla se le podía encontrar, sin embargo Mario sabía claramente que no podía haberlo hecho mejor.
Lo guardó en el bolsillo y salió a la calle para fumarlo en la plaza más cercana a su casa._”Hace cuánto que no fumo”_ pensaba, y mientras tanto su deseo por fumar ese cigarrillo de cannabis crecía más y más. Cuánto tiempo haría desde su última pitada no podía saberlo bien: no era tanto y sin embargo, él lo sentía como una eternidad. Mas ya todo había terminado, en breve llegaría a la plaza y el humo exterminaría esa cuarentena de abstinencia.
Sin embargo llegó a la plaza y ahí díose cuenta de que todo no sería tan fácil: no tenía encendedor ni cerillos. Podía ir hasta el quiosco de la vuelta a comprar, mas ese pensamiento se le desmoronó al instante al darse cuenta que no tenía ni “un peso encima”. Decidió luego de pensarlo detenidamente (puesto que si hacía esto tendría que, seguramente, compartir, cosa que no quería) ir a pedirle fuego a otra persona. Caminó unos metros hasta unos jóvenes que estaban tomando unas cervezas y les pidió fuego; pero sorpresivamente no tenían._”No hay que desesperarse, ¡tranquilizate!”_le gritaba la conciencia, mas el hecho de no poder fumar lo estaba volviendo loco. No había nadie más en la plaza, sólo una pareja arrinconada apunto (sino ya) de tener relaciones sexuales. Su sentido común y escrúpulos le hubieran impedido normalmente que fuese a interrumpirlos mas el deseo de fumar era superior. Pero ellos tampoco tenían fuego, se había muerto de vergüenza y encima no había conseguido nada.
Salió caminando rápidamente de la plaza con una locura y desesperación inagotables; a cada persona que encontraba en la calle (las cuales ciertamente eran pocas) le pedía fuego, pero sólo escuchaba “no tengo” como respuesta._”¡¿Qué pasa?! ¡No puede ser!”_ Parecía como si el hombre, la humanidad entera, hubiera retrocedido hacia el primer estadio de su larga línea de evolución: el estado de naturaleza. El fuego era divino y deseado como casi también utópico, lo era todo: servía para vencer a los rivales, comenzar a esclavizar a los animales, conquistar las mujeres. El fuego era la fuente de poder, el que controlaba el fuego controlaba la vida.
Después de haber caminado quién sabe cuantas cuadras (aunque para Mario fueron muchas más a causa de es enemigo de todos llamado ansiedad) llegó a una nueva plaza. Ahí encontró a un lingera que poseía el elemento divino, le prestó el encendedor y por fin se acabo el castigo de la espera: Mario encendió el “porro”. Si bien no tenía ganas de convidar, este lingera era para él un mártir y por eso tras el pedido de probarlo, Mario le dio con gusto el cigarro. Los dos nuevos amigos se quedaron fumando juntos un rato largo y hablando sobre las vicisitudes de la vida. Así es como el lingera le contó sobre la ruleta rusa que es el capitalismo, el cual lo había hecho pasar de ser un empresario exitoso con millones de dólares en Suiza a ser un simple costal de huesos que si no sufría tanto por el hambre era porque el frío de aquel helado invierno era mayor. Del mismo modo, Mario le contó algunas anécdotas de su infancia en Paso de los Toros y del deseo de dar un nuevo paso en su obra escribiendo su primera novela: así se descargó enfrente de ese desconocido que aquel día era su mejor amigo, contándole como su musa inspiradora lo había abandonado para esta nueva meta que se había auto impuesto y su obra había quedado inconclusa por no decir que, apenas comenzada, había sido abortada. Pero a pesar de lo dicho hasta ahora, ese largo momento se pasó como si hubiera durado breves instantes gracias al calor de los constantes chistes y risas que se hacían estos dos fieles amigos. Cuando la tuca llegó a un punto mínimo e indivisible tendiendo a cero, Mario se levantó para irse: se despidió “hasta nunca” de su amigo y mártir y emprendió un largo camino de vuelta a casa. Luego de caminar unos metros se dio vuelta para observar al lingera; este último aprovechó tal situación para mostrar su agradecimiento a Mario diciendo:
_”Che, gracias por el porro”.
_”No, gracias por el fuego”.

nICO

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